A Eduardo Huchín Sosa su infancia la salvó el Street fighter, jugado casi en comuna: Videojuegos, un romance: Street Fighter, vida comunitaria.
«Recuerdo que entre los espectadores siempre había un chico que no podía pagarse una ficha, pero que, si alguien le cedía su turno, era capaz de pasar por una decena de adversarios a tu nombre. Nadie sabía su historia ni de dónde había salido; de vez en vez aparecía en la tienda de la esquina para ofrecer sus servicios a algún niño torpe pero con monedas al que era fácil identificar porque que no podía hacer cosas tan sencillas como la patada en helicóptero de Chun-Li.»