Jorge Martínez hace referencia al jugador griego de fútbol que esta semana ha sido duramente sancionado por celebrar un gol con el saludo fascista, y señala cómo lo anecdótico vuelve a ocultar lo importante. Saludar nazi.
«A día de hoy, ver a un hombre dirigirse al público de esa forma disparatada debería resultar, más que violento u ofensivo, algo bufo, ridículo, de no ser por lo aceptados que están en el fútbol este tipo de comportamientos. Sorprende el modo en el que los estadios han metabolizado como parte de su decorado las manifestaciones fascistas –sean estas del extremo que sean–. Las pancartas, los cánticos y la estética ultra forman parte de la liturgia casi eucarística de cada domingo. Y hay que reconocer que le dan ambiente al asunto.
Las actividades que estos hinchas llevan a cabo cuentan con la connivencia de los directivos de los clubes, de los medios de comunicación, de los aficionados y de los jugadores. Lo aceptamos.
Puede ocurrir entonces –de hecho, ocurre– que el futbolista que comulgue con esas ideas se sienta lo suficientemente respaldado por el ambiente como para atreverse con un gesto así. Puede ocurrir que el tipo se envalentone y acuda raudo al fondo del estadio para arrojar un puñado de alpiste sobre el gallinero de turno.»