Muy ameno y sesudo a un tiempo el artículo de Antonio Orejudo sobre cómo se fraguó la novela moderna en el siglo XVI a través de las obras de Antonio de Guevara: The great pretender.
«Pero, ojo, que nadie crea que sermón significa aquí aburrimiento. Había pocas cosas más entretenidas que un buen sermón. Es lógico que fuera así: los sermones servían para enseñar, sí, pero para enseñar deleitando. Y además eran propaganda, herramientas para captar fieles, publicidad. Así que tenían que hipnotizar desde el principio. Quizás ahora, al lado del cine, de la televisión, de los videojuegos y de las instalaciones de algunos artistas conceptuales, un sermón —sobre todo si ha sido compuesto por Rouco Varela— sea una pieza insoportable. Pero hacia 1539 los sermones eran las únicas piezas —audiovisuales, por cierto— que tenía la Iglesia para hacer proselitismo.»