Víctor Gómez Pin reflexiona sobre el miedo a hacer preguntas sencillas, sobre esa tendencia de saber todo a priori, de no atreverse a interrogarse. Del buen uso de la erudición.
«El planteamiento ingenuo de interrogaciones está mal considerado por el mundo cultural. Se ha instalado subrepticiamente la idea de que para tener derecho a avanzar alguna de los asuntos que ocupan a filósofos, científicos, artistas, o a todos a la vez, hay ya de entrada que estar bien informado. Más que una persona tensada por lo desconocido e inquieta sobre su ser y su entorno, se exige de entrada ser una persona culta y hasta una persona erudita. Esto alcanza, desde luego, al mundo académico: un especialista en genética, por ejemplo, no sólo se siente incompetente para emitir una opinión sobre algún interrogante de interés general pero técnicamente objeto de la física, sino para formular el interrogante mismo, siendo obviamente cierta la recíproca, es decir, el temor a meter la pata del físico tratándose de uno de los abismos filosóficos a los que conduce la genética. »