Un grande como Javier Pérez Andújar reseña —a su manera— la última obra de otro grande, Max. Vapor.
«Todo empezó un domingo en el cine, viendo la última de James Bond, Skyfall, que, por cierto, es también un canto a los inviernos pasados y un aviso de que están volviendo con sus viejos terrores y de que todo lo que se adelantó quizá sea en vano. El caso es que había una escena donde Bond esperaba a Q sentado en un banco de la National Gallery de Londres y allí contemplaba un cuadro de Turner, El Temerario remolcado a dique seco (tanto Turner como Bond son dos románticos contra el romanticismo). Lo que reconocí de inmediato fue al pintor, pero en vez del título de esta obra me venía todo el rato el nombre de otro cuadro suyo también muy famoso, Lluvia, vapor y velocidad. Y aunque al final conseguí acordarme de qué pintura se trataba, en muchos días no pude desembarazarme de esas tres palabras, que sin parar pasaban por mi cabeza como un tren a toda marcha: lluvia, vapor, velocidad, lluvia, vapor, velocidad… Y luego, un día me encontré de repente mirando el cielo macilento del invierno (como si lo hubieran puesto así los mossos de Felip Puig a fuerza de pelotazos) y con un libro místico en la mano titulado Vapor.»