Ian Thomson cuenta la angustia y la necesidad casi inmediata de Primo Levi de contar lo sucedido en Auschwitz: Contarlo para crearlo.
«De momento, la obligación moral de dar testimonio de Auschwitz era secundaria respecto a su necesidad compulsiva de desahogarse. En los trenes abarrotados entre Turín y Milán, sorprendentemente, nadie le dijo que bajara su voz. Un pasajero pidió incluso amablemente a Levi si podía hablar más alto, porque era duro de oído. Otro le pidió permiso para escuchar su conversación, ya que sonaba –dijo– tan “increíble”. Estos momentos mostraron a Levi que un público potencialmente inmenso –no sólo su círculo de conocidos– estaba deseoso de oír su relato.»