Rafael Argullol sobre el pintor y escultor italiano, muy olvidado, Adolfo Wildt: Espíritu, carne y mármol.
«Wildt, en el marco de una excelencia general, esculpió una decena de obras maestras. Me quedo con dos, muy distintas entre sí. La primera es un magnífico retrato del piloto Arturo Ferrarin, hombre cuya valentía rozaba la temeridad y que realizó travesías, tan arriesgadas entonces, como la que le condujo de Italia a Brasil y, con posterioridad, la que le llevó a Tokio, en un vuelo sin escalas, empresa en la que le habría acompañado Gabriele D’Annunzio si al final este no se hubiese decidido a emprender su estrambótica aventura militar en Istria.»