Pablo Mediavilla Costa escribe una carta desde el futuro, que ahora es presente, a un niño del pasado, que ya no podrá leerla. Carta al niño.
«Sé que tu piel está morena y que cada tarde regateas cardos borriqueros en el campo junto a la nacional y que, en el fondo, sueñas con hacerte mayor y escapar de allí. No sufras, lo conseguirás y vivirás cosas sencillamente indescriptibles lejos del pueblo. Te olvidarás muchas veces de él y de llamar a tu abuela mientras recoge los platos en la cocina. Pasarás largas temporadas sin volver y cuando lo hagas, dentro de mucho tiempo, te parecerá una cárcel de árboles, como dijo Rodrigo Rey Rosa. Hay otras cosas que seguro te interesan más. La fábrica que hacía las galletas quebró hace años y el olor celestial de los hornos que anunciaba el pueblo está preso en una nave industrial en un polígono de las afueras. Los bares siguen llenos de gente que bebe y fuma y grita. Uno de los cines ha cerrado y el otro sigue colgando los carteles de las películas en la plaza.»