Sergio Ramírez evoca la figura de Rubén Dario como cimiento singular de un país, pero también como propio alimento infantil de música versal, de ritmo y de recitaciones: ”Éste es un culto que nos alcanza a todos, que tiene sus esencias patrióticas y tiene su retórica y sus decorados tantas veces provincianos, pero tan sentimentales, sensibles, sensitivos. Todos los nicaragüenses llevamos dentro un poeta en ruinas, como dice Flaubert de los boticarios en Madame Bovary. Hay un orgullo descubierto al ampararnos bajo la sombra prócer de Darío, y los orgullos descubiertos son siempre impúdicos, igual que las tradiciones nacionales se erigen tantas veces sobre entrañables cursilerías.”
Una pasión mortal.