Albert Figueras nos habla de esa cosa que nos pasa a todos los seres humanos (o a casi todos) cuando nos cuentan una buena historia: que nos la tragamos enteritas, por improbable que sea. El enorme placer de la ficción.
«A nuestro cerebro le gusta escuchar historias y hacérselas suyas, hasta el punto de que tiene reservada una ruta neuronal específica para los cuentos y cotilleos, distinta de la que utiliza para escuchar y obedecer órdenes o analizar datos. Y esta fascinación, junto con la necesidad humana de buscar explicaciones ante la incertidumbre de la vida, facilita la aparición y diseminación de rumores, teorías conspirativas y chismes de todo tipo.
¿Recuerdas el famoso Efecto 2000, cuando tenían que detenerse todos los ordenadores del mundo el día 31 de diciembre a medianoche, a causa del cambio de siglo? ¿Y la gripe aviar, que tenía que acabar con todas las aves y la mitad de la población humana, y nos llevó incluso a sospechar de los pollos del supermercado?»