Cuando vi los primeros capítulos de la serie Spartacus pensé en la utilización gratuita del sexo y la violencia; me tragué toda la temporada, aunque molesto por eso. Ahora, al leer a Rafa Marín, rectifico y me dispongo a ver la segunda: Spartacus: Vengeance.
«Spartacus sigue siendo, para quien esto escribe, la mejor serie de televisión del momento. Sí, es excesiva: hay demasiada sangre y demasiadas vísceras, demasiadas truculencias y escenas a cámara lenta, demasiado efectismo que echará para atrás a los espectadores que prefieren ver otras series más limpias y descafeinadas, como CSI y similares. Pero precisamente entre sus cartas de naturaleza se cuentan dos elementos que adquieren un enorme poder narrativo y que no se ven en otras series (ni en el cine): el uso del sexo como motivador de la acción, sin tonterías, sin ataduras, como algo natural y a veces obsesivo (tal como en la vida real), y lo redondo de sus personajes, movidos unos por la pura ambición y movidos otros por el inevitable deseo de libertad.»