Jorge Ledo hace una bonita necrológica desde la biblioteca del muerto: Jürg Koch, in memoriam.
«Un Burckhardt como nuevo, impreso en Berna, convivía con un escuálido Garin deslomado, una cuidadísima colección de clásicos catalanes se empolvaba al lado de un Balzac de la Pléiade que había sido amado, leído y releído, mucho más que Artaud, Cocteau y Camus en Seuil, con los lomos aún tensos y descoloridos por el sol del enorme tragaluz; chocantes todos los modernos ante un Tirant lo Blanch en eclosión. Racine era el único que había merecido quedarse sobre el generoso hato de burdeos rayados de oro.»