Que el saber no ocupa lugar siempre ha implicado una ironía: el volumen de papel que representa cada libro. Félix de Azúa cuenta la parábola del hombre que quería deshacerse de su biblioteca física… sin éxito: Dios nos libre de los libros
«Cuando por fin hubo concluido la fatídica selección pasó a llamar a diversas entidades con la intención de donarlos, ya que eran demasiado valiosos para liquidarlos al peso. Y allí comenzaron las sorpresas. Las bibliotecas públicas no los querían. Alguna de ellas se justificó aduciendo que como no estaban en catalán no les interesaban, pero la verdad era otra: ni tienen espacio suficiente, ni empleados que puedan cargar con el trabajo de clasificar y archivar los libros.»