Cada mañana despierto deseando que Internet no exista, decía un amigo de Álvaro Ibáñez que perdió la rentabilidad de su negocio por no adaptarse a la Web. Es la historia de la humanidad: alguien descubre el fuego y te arruina el negocio de la carne cruda. Lo único que ha cambiado es que los cambios se suceden cada vez con más velocidad.
«Este buen hombre tenía una tienda. Allí vendía de cara al público y llevaba toda la vida haciéndolo. También localizaba e importaba productos más selectos que servía por correo postal a gentes de todo el país.
Su negocio era próspero y fácil de mantener. Con el tiempo se había labrado una buena marca: no había demasiado competencia y tenía la confianza de los clientes. Había estado en el momento justo en el lugar adecuado.»