Ana María Shua cuenta las vacaciones de Mónica en un psiquiátrico, donde pasó unas semanas sin tener muy claro que hacía allí, pero de vacaciones igualmente. Unos días en la playa. Vía Roger Michelena.
«Lo que más le costó a Mónica al principio fue perder la intimidad. En el pabellón psiquiátrico tenía que compartir la habitación con una desconocida. Pero si conversaba con ella y la conocía un poco, ¿no era como estar con una amiga en un hotelito de la costa? Aunque su nueva amiga Teresita había tenido dos intentos de suicidio (se enteró en grupo de terapia), el antidepresivo que le estaban dando ahora la tenía de muy buen humor y se pasaban las horas charlando. Además de suicida, Teresita (no por el diminutivo de Teresa, sino Teresita como la santa, le contó, mostrándole la cédula) era vendedora en un negocio de electrodomésticos y sabía todo de aspiradoras, heladeras y batidoras.
Somos pocas las que podemos trabajar en esto -decía con orgullo. La mayor parte de las mujeres no sabrían contestar preguntas técnicas.»