Manuel Jabois no hace sangre del lamentable sentido del humor del fiscal general del estado, Eduardo Torres-Dulce, señor amargo por lo que parece, que ha obligado cerrar a una cuenta twitter que lo parodiaba con mucho cariño y gracia. En lugar de eso ha escrito un texto de recuerdo a dicha cuenta. El caso Torres-Dulce.
«El caso Torres-Dulce
01 ENE 2012 03:29
Todo es contemporáneo. Menos lo flamante, concretamente.
(Eduardo Torres-Dulce; rechace imitaciones)
Interrumpo dramáticamente mi celebración del año nuevo, un tanto plomiza –llueve en Galicia y las calles se nos llenan de bachilleres encorbatados; parece esto la noche zombi-, para desahogar una pequeña frustración. Hace unas horas Twitter era un lugar mejor, Eduardo Torres-Dulce un señor mejor y nosotros unos lectores más felices. Al fiscal le salió en los últimos tiempos un fake, una cuenta de la red social que lo parodiaba con finísima inteligencia. Esto que parece tan fácil es una cosa muy complicada. Lo habitual es que alguien se apropie del nombre de un famoso para perjudicarle bien ladinamente, fingiendo ser él y deslizar infamias cada poco con el fin nada discreto de arruinarle un poco la vida, o de modo chabacano; ambas acciones señaladas rápidamente y denunciadas por los usuarios.
Eduardo Torres-Dulce no era él, pero cuánto nos gustaría que lo fuese. La okupación de su nombre era tan extraordinaria que en un primer momento leí su cuenta maravillado de que alguien de su relevancia pública pudiese reírse de sí mismo con tanta inteligencia, con tanta brillantez. Cuenta: “Mi madre me ha comprado una funda para llevar el móvil en el cinturón. Igual que John Wayne, me ha dicho. Qué forma de reír camino a misa”.
Como todo lo bueno, que fuese o no Torres-Dulce ya me daba exactamente igual. Aquel señor de chaqueta de tweed (“Cada vez que leo ‘tweet’, creo que hablan de mi chaqueta. Yo soy muy británico para muchas cosas, pero no tanto como para aprender inglés”), la relación con su madre (“¿Para qué viajar al extranjero pudiendo pasar un fin de semana en Segovia, con mi madre, mi mujer y mi madre”), la amistad socarrona con Garci (también con fake en Twitter, cuya biografía dice: “Pero cómo va a tener Garci un Twiter, por el amor de Dios”), sus problemas con la tecnología (“¿Nunca les pasa que la pluma pierde tinta, se les mancha el bolsillo de la camisa, y no tienen más remedio que matar otro faisán?”), la devoción por el western y John Ford (“A veces me gusta más Centauros del desierto y a veces Liberty Valance. Y así echo las tardes de domingo, oigan, en el filo y arriesgando”), la sutilísima relación con su familia (“Tengo una tía beata en Astorga que, de niño, me hizo jurar que nos casaríamos. Me dio un vaso de leche y ahí me dejó, temblando hasta hoy”) se convirtió en un personaje templado, profundamente impasible, al que había que querer. »