Grace Morales se fue a votar porque su madre la obligó, tal cual. Al menos gracias a eso nos podemos ahora solazar con el relato de una jornada tan señalada, para bien o para mal o para muy mal. Día de la victoria.
«Subimos la calle, decía, hijos, hijas y algún nieto pillado a traición cuando venía de empalmada, sorteando coches, vallas de obra y charcos, sirviendo como escolta, arropando a una legión de ancianos y ancianas que se ha empeñado en salir este día de perros con destino a su colegio electoral, y allí dejar constancia contundente de su voluntad democrática. Los jubilados van decididos, con la cara bien alta; nosotros, sus asistentes, hacemos como que miramos para otro lado cuando nos encontramos con un conocido, disimulamos con gesto de circunstancias, sonreímos nerviosos intentando comunicar telepáticamente “no, si yo no quería, pero él/ella se ha empeñado“, “no, si yo ya no estoy empadronado aquí“, “no, si yo creo que ya no soy ni español, ni siquiera persona“ y el otro/a nos devuelve el mismo rostro incómodo.»