De pequeño la noche de Reyes era un martirio. Los nervios me comían. Cuando al fin conseguía dormirme, apenas cerraba los ojos ya me despertaba la luz de la mañana y entonces comenzaba la odisea: primera esperar a que se levantase el resto de la casa y después, bajar las escaleras y abrir la puerta de la sala lentamente, saboreando cada paso como si allí pudiera hallarse una maravilla inigualable, un momento que jamás volviera a repetirse. Después, durante muchos años hubo una tregua, hasta ahora. Este es mi modesto regalo de Reyes para ustedes:
Conversando con García Calvo.