Ricardo Lindo nos cuenta su descubrimiento de unas cuevas rupestres con megalitos asociados en la frontera entre El Salvador y Honduras, y la asociación de esas muestras con el arte, la música y la poesía: Morazán y los artistas de un pasado remoto.
«Él miró el panorama con escepticismo. Subió al megalito de un alineación de cuatro provisto de una brújula. Al descender, su expresión era distinta. “Están orientados estrictamente de norte a sur –dijo–. Creo que estamos ante un observatorio astronómico rupestre”. Tras visitar la cercana Cueva del Duende, su idea se reforzó. La boca de la cueva también corresponde a esa alineación. Me llamó a los pocos días. Había realizado mediciones que muestran cómo los dos megalitos centrales marcan los ocasos en los solsticios. Otro, ligeramente atrás, marca el punto del ocaso durante los equinoccios. Pero, precavido, hizo llegar unas semanas más tarde a un profesor en geofísica de la Universidad Nacional, “master” en ciencias, Luis Castillo. Él puso primero en duda el paleolago y, aunque sin cerrar definitivamente el asunto, dijo que los megalitos eran obra humana y que las bases habían sido trabajadas previamente. Solo entonces el profesor Colorado le hizo parte de sus observaciones.»