Fantástico artículo de Gonzalo Vázquez sobre el descenso a los infiernos del baloncestista Spencer Haywood, estrella de la NBA de los años 70. Westhead debe morir, una historia estremecedora y apasionante.
«Spencer sintió como nunca la necesidad de aire, algo que devolverle el sentido. Y para eso podía estar en el mejor sitio. Nueva York brindaba todas las oportunidades. Spencer adoraba el jazz. Y la música, se dijo, mejor de noche, donde terminó por refugiarse rodeándose además de la mejor crema. Wynton Marsalis, Charlie Mingus, Herbie Hancock o Charles McPherson pasaron a serle una elegante compañía. Se le mezclaban además con personajes tan variopintos como Bill Cosby o Clint Eastwood a cada nueva batida, en cada club y rincón donde encontraba la paz perdida.
Spencer empezó a sentir mayor atracción por lo que el baloncesto no era que por lo que el baloncesto le daba. Era más feliz de noche que de día. Se propuso así disfrutar su riqueza. Adquirió una vivienda de lujo en el East Side, en el tramo más selecto de la 64. Flanqueaban su bloque de tres plantas vecinos como Richard Nixon, David Rockefeller y Otto Preminger. Y un día entraba con su Jaguar, salía con un Mercedes y al rato con un Rolls. Tan sólo aparcarlos le llevaba miles de dólares al mes. Parecía mentira que alguna vez recogiera algodón. El dinero era un escape. Pero hacía falta algo más»