Supongo que para declarar el fin del posmodernismo primero habría que tener claro qué es, y no estoy seguro de que la perspectiva nos lo permita. Pero Javier Gómez lo hace, y no sin motivos: El posmodernismo ha muerto (¡al fin!).
«Aquel urinario valiente con el que Marcel Duchamp, en 1917, en una galería neoyorquina, mandó al infierno los convencionalismos ha terminado como el meadero de un bar un sábado noche. Casi un siglo después, ya no traga. Él al menos tuvo el mérito de golpear en el acolchado vientre de los bienpensantes. Cien años después, ¿quién se escandaliza por el arte? O incluso, fuera de los circuitos, ¿a quién le importa el arte?
Damián Hirst, sus vacas troceadas, sus calaveras de diamantes, su estudio con 120 asistentes, es el epítome de un arte que no sólo no mira la realidad. Ni siquiera la ve porque no le importa. Como explica Edgard Docx en su artículo en Prospect, “los modernistas como Picasso o Cézanne se concentraron en el diseño, la maestría, la unicidad, lo extraordinario, mientras los posmodernos como Andy Warhol se concentraron en la mezcla, la oportunidad y la repetición”.»