Laura Casielles deja Marruecos, que ha sido su país durante un largo tiempo, y nos cuenta cómo poco a poco se acostumbró a que la palabra “Dios” fuese algo normal en la lengua árabe. Lenguas que nombran a Dios todo el tiempo.
«Por un lado, en esa inacabable retahíla de cortesías que supone aquí el saludarse. Quétalafamilia, quetaleltrabajo, quétalasalud, quétaltú: durante minutos. La respuesta correcta a todo es alhamdullilah. Gracias a dios. Nosotros insistíamos en contestar, mañana tras mañana, muybiengracias. Hasta que el otro desistiera por considerarnos irremisiblemente guiris o irremediablemente incomprensibles.
Por otro, el omnipresente inshallah. De difícil traducción por lo que los lingüistas llaman pragmática, es un si dios quiere que sirve para todo. Lo pronuncia el fontanero después de fijar una cita y el frutero cuando le preguntas si tendrá tomates esta tarde. Lo pronuncia el guardia del trabajo cuando le deseas buen fin de semana y los amigos cuando les cuentas los planes para las vacaciones. Inshallah nos vemos mañana. Inshallah te enviaré ese correo. Por supuesto, tratábamos de evitar esa fórmula. Y nos indignábamos cuando nos la decían (sobre todo en contextos de cerrar una cita): ¡si dios quiere no, hombre! ¡Será si quieres tú! Empeñadas en la idea de tener un cierto control de los propios destinos, lográbamos ser a la vez descorteses y categóricas.»