Duro, muy duro se muestra Ramón Buenaventura con la visita del Papa a Madrid y las prebendas del Gobierno español: Lugarteniente de Dios.
«Que el lugarteniente de Dios en la Tierra se nos plante aquí, ahora, en mitad del tráfico, apropiándose de una ciudad en la que no solo viven católicos —en la que, seguramente, ni siquiera son mayoría los católicos practicantes—, a contarnos sus viejas verdades incontrovertibles, a hablarnos del derecho a la vida de una célula recién fecundada (con la cantidad de muertes de seres humanos hechos y derechos que tendría el Papado en su conciencia si tuviera conciencia), a recomendarnos que no forniquemos más que para procrear, a convencernos, con mayor o menor descaro, de que las leyes humanas son inválidas si contradicen la Ley de Dios (que la Iglesia dicta), etcétera… podría parecernos anecdótico, debería parecernos anecdótico, quizá, pero lo cierto es que a muchos nos indigna el suceso. Lo principal del mensaje que este buen señor comunica a todo el que quiere prestarle oídos es que los peregrinitos sonrisueños y cantarines deben rezar para que las ovejas descarriadas volvamos al redil, para que Occidente en general y España en particular se reincorporen a la disciplina eclesiástica y se dé por terminada esta espantosa aventura de ciencia y progresismo que tantos males ha traído al hombre.»