Juan Julián Merelo y un amigo hacen turismo en Nueva Orleans, y quieren escuchar gospel, así que entran en una iglesia a probar suerte, y la tienen, pero no la que esperaban: La misa en la ciudad del pecado.
«Para empezar, fresco. Saliendo de la calle, con más de treinta grados, la iglesia era un verdadero oasis. Para seguir, ninguna mirada de “usted no es de la pirroquia”. De hecho, un portugués con coleta y bermudas y un español con gafas no llamaban la atención más que un joven negro con camiseta amarilla ajustada y rastas de dos colores o un señor mayor blanco con camisa hawaiana o una soldado con el uniforme de combate o una señora hispana de edad y gafas de concha.
Porque cuando paseas por Bourbon street y por el barrio francés hay una división racial bastante evidente. Los turistas son los de un color, y los que están a las puertas de los locales, o sirviendo, o bailando con 10 o 12 años por unas monedas son de otro. Juntos, pero no revueltos.
Aquí estaban juntos y revueltos.»