A mí no se me ocurre manera alguna de introducir este texto infinito y caudaloso de Furia, sobre Costa Rica, sobre Lima, sobre Brasil, sobre ella misma, sobre las mentiras y sobre leer, sobre leer aquí y allá mientras pasa todo lo demás. Leer de Mentiras.
«Leí con fruición en detrimento de las pocas amigas del barrio. Mi viejo, menos veloz que práctico, se quedó contento al no verme salir de la habitación por semanas, sin saber lo que se estaba gestando encima de ese escritorio recién comprado que albergaba tesoros sobre la guerra civil de Costa Rica, literatura centroamericana de todo tipo y poemas de Lara Ríos. En 1987 conocí a Salarrué. ¿Quién como él para decir “negro” en un tono atemporal que nunca resultaría inapropiado o políticamente incorrecto? Soy yo mesmo, mi tristura, la color. Con grandes ojotes de guayaba, el negro del cuento trataba de explicarle al blanco que, sin la color, era imposible sacarle a la flauta las las notas que él le sacaba: la color la aprendí a los siete años, el mismo día en el que tomé conciencia de los muchos colores que teñían las pieles de las gentes. »