Pues sí, hace bien Marta Peirano en limitarse a transcribir la carta que el Secretario del Estado Vaticano, Cardenal Angelo Sodano, envió, en el año 2000, al organizador de un congreso que pretendía rehabilitar la figura del astrónomo italiano, pues ejemplifica cómo se puede ocultar bajo la formalidad y la corrección aparentemente discreta toda una justificación activa de la tortura y la represión: Los ocho crímenes de Giordano Bruno.
«Es por lo tanto de desear que el mencionado Congreso, partiendo por los intereses propios de una facultad de teología, pueda ofrecer una contribución significativa a los efectos de la evaluación de la personalidad y la historia del filósofo nolano, que, como es sabido, recibió precisamente en Nápoles, en tenemos de San Domenico mayor, su formación y allí hizo su profesión religiosa en el orden de Predicadores. En realidad, también sobre una base actualizada de investigaciones llevadas a cabo por académicos de distinta inspiración, parece claro que el camino de su pensamiento, celebrado en el contexto de una existencia bastante agitada y sobre el trasfondo de un cristianismo lamentablemente dividido, lo haya llevado a opciones intelectuales que progresivamente resultaron ser, en algunos puntos decisivos, incompatibles con la doctrina cristiana. Corresponde a una investigación más profundidad el evaluar la efectividad de su divergencia progresiva de la fe.»