Se acaba de estrenar Thor, una película de superhéroes a la que quizás no se le prestaría tanta atención sino fuese por que su director es Kenneth Branagh. Me ha divertido esta crítica de Guillermo López García, llena de humor y muy metacinematográfica.
«Más o menos eso es lo que ocurre con Thor. Thor es un Dios superfuerte, invulnerable, que vuela y tiene un martillo muy gordo que suelta unas yoyah impresionantes y además puede lanzar rayos a mansalva. Así que la manera de que aquello tenga algún interés es despojarle de todo eso y ver cómo se las apaña.
La película tiene que explicar, además, un problema de inicio: qué hacer con Asgard. Asgard es el lugar de los dioses nórdicos, que se pasan la eternidad en el Valhalla, una especie de macrorrestaurante de polígono industrial en el que tanto dioses como héroes comen, beben, fornican con las valkirias y se atizan entre ellos a la espera de que llegue el Ragnarok, el Fin del Mundo de la mitología nórdica.
Pero, claro, esto implica asumir que hay dioses. Dioses que, además, no son nuestro Señor. Y esto obliga a todo director de prestigio (y Thor está dirigida por Kenneth Branagh; ahí queda eso. ¡Más cornás da el hambre!) a arbitrar una solución de emergencia que los deje a todos contentos. La solución es siempre la misma: los dioses son extraterrestres superevolucionados.»