¿Tiene sentido el encarcelamiento y tortura sistemática de inocentes? Sí, uno perverso, e Íñigo Sáez de Ugarte nos la cuenta al hilo de los documentos que demuestran esas prácticas en la prisión de Guantánamo: La lógica de Guantánamo.
«En mitad de toda esta impunidad jurídica, no es extraño que el lugar adquiriera el carácter de limbo. Por eso, sólo 220 de los 780 que han pasado por Guantánamo estaban calificados por sus carceleros como terroristas peligrosos, gente como Jaled Mohamed, el arquitecto del 11-S. Los demás o eran completamente inocentes o sólo habían realizado funciones menores dentro de los talibanes o de Al Qaeda. En ambos casos, violar la legislación internacional y destrozar la reputación de EEUU (que aún realiza anualmente un informe en el que pone nota al respeto de los derechos humanos en otros países) parecía ser un precio que se podía pagar sin ningún inconveniente.
A veces, la información que había conducido a esas personas a Guantánamo había sido conseguida con la tortura. No es que esas supuestas pruebas no se pudieran presentar ante un tribunal, sino que los propios captores tenían que saber que era de dudosa fiabilidad. Pero la prioridad no era hacer justicia y por tanto eso tampoco era un problema.»