Glosa-comentario que hace Hugo Caligaris sobre un libro que recupera los años en que los espectáculos de magia dominaban el mundo del entretenimiento y las variedades, a la vez que rememora su historia: Magia, la edad de oro.
«Eso ocurría con el Turco Ajedrecista, construido en 1769 por el científico e inventor húngaro Wolfgang von Kempelen para la emperatriz María Teresa de Austria. La carrera y la fama de este jugador invencible duraron más de 80 años. Aceptó desafíos de personalidades notables, entre ellas, Benjamin Franklin y Edgar Allan Poe, y salió siempre victorioso. Era un autómata de tamaño natural, sentado ante una caja de 1,20 metro de largo por 0,80 de alto, sobre la que había un tablero. El torso era articulado y el muñeco movía los brazos y las manos, a veces solo y otras veces con disimulada asistencia.
Es célebre la reacción de Napoleón Bonaparte después de haber perdido la tercera partida consecutiva contra el Turco: saltó de su sillón y barrió de un manotazo con todas las piezas. El pobre emperador nunca llegó a saber que se estaba midiendo con el campeón austríaco Johann Allgaier. Es que la caja escondía a un ser humano, y el hecho de que Kempelen la mostrara vacía antes de comenzar cada juego no significaba gran cosa: los magos de aquel entonces ya conocían la técnica del doble fondo.»