Manuel Vicent escribe sobre Natalia Ginzburg y sobre su amistad con Cesare Pavese, y también sobre el suicidio del poeta italiano. Pavese: la muerte tiene ojos color avellana. Vía @libreros
«La escritora se detuvo ante la puerta del albergo Roma, situado bajo las arcadas de la plaza y decidió entrar. Detrás del mostrador encontró a la mujer de siempre, una hija de la familia que había regentado este humilde hotel desde hacía más de cien años. En el angosto recibidor todo seguía igual. Los dos radiadores, la moqueta roja, los dos pequeños sillones raídos, el espejo velado. La mujer de la recepción conocía el pasado de Natalia Ginzburg y supo enseguida el motivo de la visita: “La habitación que busca es la 346, está en la segunda planta” le dijo. Subió agarrada a la barandilla metálica de la escalera y una criada le abrió la puerta con una llave que se sacó del bolsillo del delantal. En aquella habitación el tiempo también se había detenido. Estaba intacta, tal como la dejó la muerte, con el aire estancado. La misma cama estrecha con cabecera de hierro, el perchero, la silla, la mesa de madera, el teléfono negro colgado en la pared, la lámpara de plástico en la mesilla de noche, la cortina de la ventana. Nadie había tocado ninguno de estos enseres desde entonces, hacía siete años. La escritora comenzó a llorar.»