José Alejandro Castaño inicia una serie de artículos sobre la presencia viva de Bolivar en América, empezando por Colombia: Bolívar soy yo.
«Yolanda recoge las vainas que caen al piso, retira las semillas, las pone a remojar en agua caliente y después licúa las pulpas con hielo, almíbar y ron blanco. Le dicen coctel libertario porque te libra de la agonía del sol y de la sed. Pero la bebida es solo para turistas ilustres, presidentes, ministros, cónsules, actores de telenovelas, cantantes de rock, futbolistas millonarios. Cualquiera puede entrar a la Quinta de San Pedro Alejandrino, pero no este lunes. Un canal de televisión alquiló las instalaciones para filmar un comercial. Yolanda no sabe de qué, podría ser de un poderoso detergente quitamanchas, o un champú contra la caspa, o un nuevo refresco para niños. Desde hace un tiempo, la última morada del héroe americano se arrienda por horas. Las familias más ricas de Santa Marta, por ejemplo, suelen escoger las instalaciones de la hacienda para celebrar allí el matrimonio de sus hijos.
Los fotógrafos tienen permiso para instalar luces detrás de los árboles y en las salientes de los techos, pero no pueden irrumpir en los cuartos. No hace falta. La mayoría de gente quiere ser retratada afuera de los altos muros, blancos unos, amarillos otros, todos pulcros, la luz jaspeada por las hojas de los árboles centenarios, los colores del jardín trinando como pájaros. Uno, dos, tres, ¡digan whisky!»