Muy prometedora esta primera parte de un texto de Antonio Rivero Taravillo sobre las dificultades y complejidades del traductor de versos y poemas. La traducción de poesía (I).
«Son tantos los poetas que se han dedicado, con éxito, a esa tarea (taracea casi; labor de marquetería, artesanía puesta al servicio del arte) que sólo enunciar su interminable lista dispersaría la duda de si es posible la traducción de poesía. Aplicadamente, corrigiendo, puliendo, el poeta traductor hace algo no muy distinto a crear poesía propia. Y tacha, sustituye, busca alternativas como cuando se trata de un poema original. Lo dijo Borges en su ensayo “Las versiones homéricas”: “El concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religión o al cansancio”. Y hablando del aedo de hace veintiocho siglos, recordemos lo que puede una buena traducción: John Keats, que no sabía griego, quedó deslumbrado por la versión que de aquél hizo George Chapman, de lo cual da fe en el soneto “Al asomarme por vez primera al Homero de Chapman”.»