Sobre la poesía épica como la más alta de las expresiones literarias, con Aristóteles, Kavafis, Chesterton y la Epopeya de Gilgamesh: Historia y poesía, de Luis Alberto de Cuenca.
«Y digo que no difieren en gran cosa porque cuando el poeta —y aquí no me estoy refiriendo tanto al poeta épico como al lírico— revela pormenores de su biografía más recóndita, nos está procurando una información preciosa y fidedigna acerca de alguien que no es real en la medida en que no tiene un nombre propio determinado, pero que sí es real en la medida en que representa, simboliza o encarna las reacciones psicológicas, los miedos, los afectos o los rechazos que experimenta el grupo humano. Por todo ello, no es difícil adscribir a un nombre propio individualizado cada una de esas pulsiones presuntamente colectivas que no son tales, pues han partido de la invención de un ser humano individual —el poeta— acerca de aquello que bien podría haber sucedido, aunque no lo haya hecho de manera documentalmente probatoria.»