Amparo Ballesteros escribe sobre su experiencia durante 14 años como coordinadora de trasplantes de un hospital, y lo duro y maravilloso que resultó realizar La peor pregunta en el peor momento.
«Cada vez que me he acercado a una familia en esta situación lo he hecho con el convencimiento de que podía ayudarles. De que, en medio de su confusión y de su desesperación, les brindaba una oportunidad, que les lanzaba un cabo en mitad de la tormenta que quizá los librara de la locura transitoria que les roía el alma. Nunca he dejado de emocionarme en su compañía. Para mí ellos, y creo que yo para ellos, era en aquel momento alguien muy cercano. Para que me permitieran acercarme en tales circunstancias, me presentaba a ellos de forma directa y buscando la empatía. Les explicaba que en el hospital se realizaban trasplantes. Que los receptores de los órganos eran enfermos que resistían una planta más arriba o más abajo o en algún otro hospital, y que yo era su voz. Que me acercaba a ellos porque el caso lo merecía, que era una cuestión de vida o muerte, literalmente, que si el familiar que ellos acababan de perder se hubiera podido salvar con un trasplante, yo hubiera estado junto a otra familia pidiendo lo mismo. Que intentasen impedir que otra madre, esposo o hijo, sufriesen de la forma desconsolada en que ellos estaban sufriendo.»