Tiene un poco de voyeurismo y de cotilla enlazarlo, pero es curioso este texto de Ramón Buenaventura contando algunas historias de cuando dirigió las lecturas en voz alta de una colección de audiolibros, publicada hace algún tiempo. Libros leídos en voz alta.
«Grabé un montón de libros, eso sí. Al principio, con la colaboración de Carlos López Tapia, director del programa «Lo que yo te diga» de la Cadena SER, y —que yo sepa— único crítico cinematográfico invidente que ha dado la profesión. Luego, cuando Carlos dimitió, con ayuda de Elena Ramírez (la actual directora de Seix & Barral), y más luego aún con la asistencia esporádica de Beatriz Salama. Empecé con Manolito Gafotas, grabado por la propia Elvira Lindo (a quien no conocía entonces ni de oídas, o solo porque se había casado con Muñoz Molina y Juan Cruz la nombraba a cada rato, pero cuya profesionalidad me sorprendió, y cuyos textos tampoco me parecieron tan malos como —según mis prejuicios de aquella época— cabía esperar de algo que tiene éxito en la radio). Luego pasamos al Pequeño Príncipe de Saint-Exupéry, tras varios encontronazos telefónicos casi a grito pelado con una señora de Gallimard que se negaba a darme el permiso. Leyó Adolfo Marsillach y, afortunadamente, fue López Tapia quien dirigió la grabación, en mi presencia. Quizá fuera aquello lo que provocó su dimisión. Había leído Marsillach un párrafo, en el tono que él mismo se había marcado desde el principio, como de señor muy sensible y muy asombrado, de viejo infantil, y a López Tapia se le ocurrió comentarle por el interfono del estudio: «Yo eso no lo leería así, Adolfo». A lo cual el gran actor replicó, sin volverse siquiera a mirarlo: «Pues yo sí». Ya saben: el verbo ego, que no existe ni en griego ni en latín, pero cuánto poderío ejerce. «