José Ángel Barrueco se lleva las manos a la cabeza, y yo con él, ante la idiotez generalizada que se ha instaurado y que lleva a elevar críticas de la realidad a obras de ficción. Juzgar las ficciones
«eyendo fragmentos al azar encontré esta perla, por llamarla de alguna manera, un aviso o noticia que decía: “El PSOE de Valladolid pide la retirada del póster de `Rumores y mentiras´ de las calles de la ciudad porque dice que, con los insultos que aparecen en él contra el personaje de Emma Stone, atenta contra la dignidad de la mujer”. En el citado cartel aparece la chica delante de una pizarra y en la pizarra han escrito palabras con flechas que la señalan: “Pendón”, “Fresca”, “Zorra”, etcétera. ¿Hace falta explicarles a los del PSOE de Valladolid que los insultos se refieren al personaje y no a la actriz? ¿Hace falta recordarles que es una ficción y que esta película, `Rumores y mentiras´, es una versión contemporánea y adolescente de la célebre novela `La letra escarlata´? En `La letra escarlata´ una mujer era tachada de adúltera y obligada a llevar cosida en la ropa la letra A de adúltera. Tanto el libro como la novela eran una crítica hacia el puritanismo de los colonos del Nuevo Mundo. Resulta curioso que alguien se ofenda precisamente por una película que, se supone, lo que hace es defender a la mujer que es promiscua o finge serlo para ganar popularidad. No deja de ser una paradoja, pues, este ataque.»
2010-12-12 21:00
Lo que tanto escandaliza solo pasa si la ficción importa.
Si para las personas que exigen que se apliquen las normas de la vida real, la ficción en cierto modo es como la vida real, o parte de ella.
Si yo me dedicara a hacer películas o escribir libros preferiría eso a que nada de mis ficciones le importara a nadie un pimiento.
Por otra parte, puede ser sintoma de confundir al mensajero con el contenido del mensaje, pero sabemos de sobra (y así nos lo cuentan en tantas modorras horas de historia de la literatura desde el colegio) que los personajes, las historias, las moralejas, las ausencias, los estereotipos… de cada época y sociedad están en su ficción.
Por eso Shylock el judío es como es, la Fierecilla Domada es como es, el alcalde de Zalamea es como un paterfamilias pakistaní, y así hasta el infinito.
Durante más de ciento veinte años la ficción ha pretendido darnos lecciones, asumir compromisos, cambiar la sociedad, ponernos ante un espejo de nuestros males y hacer de vanguardia y de conciencia.
Ah, se siente, por eso ahora hay espectadores o lectores que se lo han creído y que devuelven la pelota con sus exigencias morales. En cuanto Márias y el resto de los intelectuales profesionales se convenzan y nos convenzan de que no son diferentes de los ciegos de las aleluyas, y dejen de ser moralmente superiores, se acaba su problema.