Esta es una historia personal de Clara Grima, profesora de matemáticas, en la que nos cuenta cómo su hijo se acerca poco a poco a la ciencia, del modo que intuitivamente le sale. Y la traigo aquí porque es muy bonita. Dios, π y el infinito.
«Por la noche, cuando subí a darles un beso a mis dos hijos, en sus mejillas dulces, calentitas y sonrosadas, me quedé embobada mirando al enano y recordando su pregunta. De pronto, me hizo gracia descubrir que, a sus 6 años, tiene unas preocupaciones muy profundas, entre las que cabría resaltar las tres que dan título a esta entrada: Dios, π y el infinito.
Sobre la última de ellas, recuerdo una noche de este verano, sobre las 2 de la madrugada que me llamó a su cuarto:
-“¡Mamá! ¿es verdad que si intento contar hasta infinito primero me muero?”
Está sudando y temblando, con los ojos como platos. Seguramente tuvo una pesadilla, seguramente su hermano mayor, de 8 años, mi gafotas le ha hablado del infinito de un forma muy apasionada.
-“Duerme, cielo, no pasa nada. Nadie se muere por contar”
Y se vuelve a quedar dormido pero con el ceñito fruncido, no parece que le haya convencido mi respuesta.»