Anabel Sáiz Ripoll recomienda dos ediciones de Alicia en el País de las Maravillas y recuerda un poco la importancia de la obra de Lewis Carroll y lo que significó en su época. La peripecia de Alicia o la transgresión de las normas.
«Carroll mostró siempre una gran inclinación por divertir a los niños, sobre todo a las niñas, a las que fotografiaba y para las que inventaba sus cuentos. Precisamente, uno de esos cuentos lo creó para Alice, una de las tres hijas del Dr. Liddell, su decano. Una tarde en que paseaba con ellas, con Edith, Lorina y Alice, le pidieron que les contase un cuento y Dogson empezó la gran fábula de su vida. La propia Alice fue la encargada de que este cuento no cayera en el olvido.
Así, Carroll partió de una situación inverosímil: una niña pequeña y curiosa que, siguiendo a un conejo blanco, cae en una madriguera y llega al interior de la Tierra. A continuación sigue su disparatado propósito y va imaginando nuevas peripecias, todas protagonizadas por Alice. Son los episodios que todos tenemos en la mente, el del sombrerero, el de la reina de corazones y tantos otros ya clásicos.
Ahora bien, Alicia en el País de las Maravillas, es mucho más que un relato del nonsence. Puesto, que de él se conserva su génesis, su preparación y sus imágenes. Además, se trata de un texto que hace las delicias de psicólogos, surrealistas e investigadores literarios por la cantidad de imágenes y situaciones que va ensamblando. No obstante, es un libro que sigue gustando a los niños y a los jóvenes y los cautiva no por sus significados ocultos, sino por su magia, por su acción, por su constante aventura y ruptura de lo convencional.»