Ricardo Manzanaro nos trae unas cuantas de esas manías y pequeñas obsesiones que tienen o tuvieron muchos autores. Manías de escritores.
«Un autor clásico del que tenemos información acerca de sus hábitos es Fredric Brown. No fue un escritor prolífico. Su promedio diario era de tres páginas. A veces escribía seis o siete páginas, pero eso era algo excepcional. Cuando urdía un argumento, Brown caminaba de una habitación a otra de su casa. Puesto que habitualmente él y su esposa estaban en casa buena parte del tiempo, tuvieron el problema de que ella le hablaba mientras caminaba, interrumpiendo entonces el hilo de sus pensamientos. Después de probar varias soluciones que no dieron resultado, decidieron que se pusiera una gorra de algodón rojo cuando no quería ser molestado. Así, cada vez que su mujer le quería decir algo, le miraba automáticamente a la cabeza antes de abrir la boca. Según su esposa, Brown “odiaba escribir, pero adoraba haber escrito”. Hacía todo lo posible para postergar el momento de sentarse ante la máquina de escribir: tocaba la flauta, leía algo, iba a recoger el correo o a jugar a ajedrez. Cuando regresaba a casa, pensaba que era tarde para empezar y lo dejaba para el día siguiente. Cuando llevaba varios días así le entraba el remordimiento de conciencia, y se sentaba por fin frente a la máquina de escribir. Si se le atascaba un argumento, muchas veces se iba unas horas de viaje en autobús. Algunas veces pasaba varios días fuera, pero volvía con la trama resuelta. En el apartado de las manías, odiaba que escribiesen mal su nombre. Era frecuente que figurara Frederic o Frederick. Brown era una gran defensor de la exactitud ortográfica, no en vano se dedicó profesionalmente en una época de su vida a depurar gazapos de los periodistas del Milwaukee Journal.»