Se ha muerto Carlos Edmundo de Ory, uno de esos poetas imprescindibles y ocultos, que pagó con el silencio general su independencia de corrientes y grupos. Fernando Valls lo recuerda: MI Ory.
«Durante todos estos años, no sólo cultivó la poesía, actividad por la que, sobre todo, se le ha reconocido, sino también la prosa narrativa, que en parte recogió en el volumen titulado Cuentos sin hadas (2001). A raíz de la publicación en Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores, de Música de lobo. Antología poética (1941-2001), en edición de Jaume Pont, quizás el mejor conocedor de su obra (2003), declaró que en su literatura había dos temas principales: “Lo único que me fascina es el amor y el dolor. Como hombre, he de decir que todo se resume en eso, en el amor a los seres humanos afines, a la naturaleza, a la música, a la poesía; y en el dolor de la visión que revelan los versos de Rubén Darío: «Muchedumbre de color,/ millones de circuncisos,/ casas de cincuenta pisos/ y dolor, dolor, dolor…». Porque van pasando los años y cuando se llega a mi edad se lleva con gran peso una cartilla cada vez más amplia de muertos muy queridos”.»