Sobre el uso del diminutivo, especialmente la fea costumbre de utilizarlo constantemente con los niños. Creo que recordar a Flanders hará que nos hagamos una idea de lo pastoso que queda. Germán Machado, Diminutivos: ¿empatía o menosprecio?.
«Un adulto no irá a resultarle al niño más comunicativo por pensar que, dado que es pequeño, todo lo que podría interesarle al niño también habrá de serlo. Por el contrario, el niño seguramente termine por hartarse de un adulto que se pasa hablando de la “comidita”, del “perrito”, de los “libritos” allí donde hay que comer la comida, cuidarse que el perro no lo muerda a uno o pasar con cuidado las páginas de un libro para no deshojarlo. Y al borde del hartazgo, incluso, quizás el niño llegue a desconfiar del adulto: ¿será que lo están tomando por tonto?
Ya puedo escuchar los reproches a mi posición contraria al abuso de diminutivos. Algunos me dirán que estos comportan un efecto acariciador implícito. Que su uso puede ser un síntoma afectivo en el trato con los pequeños, una vía de acercamiento cariñoso y así. No lo dudo. Pero ello va en el contexto y la coherencia con que se utilizan. Un “besito enorme”, o un “abracito de oso”, puede ser tan ridículo como incomprensible, si se manifiesta fuera del juego de los oxímoros y las pretensiones metafóricas o irónicas.»