Carlos Acevedo ha comprendido —igual tarde— que lo único que ha acabado importando de verdad en nuestra sociedad es el pelo. Eso, el pelo. De mirada esquiva y falso reír.
«Recuerdo esto cuando me comentan que una de las cosas más difíciles de acomodar cuando vas como educador a un centro de menores tiene que ver con el ahorro. Me explico: sucede que los internos/reclusos ahorran con fruición hasta que logran reunir el dinero suficiente para asistir a la peluquería y hacerse unas mechas, un peinado modernísimo con el que fardar ante el resto de los internos/reclusos. Ahí, en la peluquería, descansa hoy la alcurnia aviesa que antaño se construía mediante la violencia o a partir de la construcción de una historia o una leyenda que explicara al monstruo irascible que se proclamaba como intocable. También me comentan que los chavales ingresados suelen gastar sus dineros, el resto de sus dineros, en productos cosméticos. Supongo que viviendo así no les alcanza para ropa de marca ni para tabaco, pero lo importante, en cualquier caso, es que sí destinan dinero para un peinado über-cool que haría y hace las delicias del público en un programa como Mujeres, hombres y viceversa1, concurso televisivo donde uno de los protagonistas es un ex-interno/recluso.»