Alvy Singer publicó en su día un interesante texto analizando algunas de las claves de lectura de la obra de JD Salinger (1919-2010).
«Muchas cosas se pueden discutir en su literatura, empezando por el mismo Guardián entre el centeno: su crónica del bloqueo psicológico de Caulfield es claramente menor al lado de El tambor de hojalata de Günter Grass, mucho más completa ya que da una relevancia sofisticadísima a elementos propios del desvarío psicológico de su protagonista, creando un narrador no fiable, pero también una serie de ecos que se filtran desde las repeticiones verbales (y sus ecos) hasta en la distribución de imágenes. Salinger acertó de pleno con la voz de su narrador, no con la capacidad de éste para sugerir su mal en grados profundos. Prueba de esta virtud es que Caulfield aclara al lector que su historia no tendrá nada que ver con David Copperfield (“and all that Crap”) y así con Salinger empieza un tipo de narrador corriente y vulgar –que nos mentirá cuando toque–, que continuarán y sofisticarán con mayor éxito escritores de su generación como John Cheever, Saul Bellow o John Updike, todos rendidos a su impacto. Pero también, desde entonces, el narrador realista, preferentemente teen o infante, paralizado es habitual en obras literarias: desde el dolor en el Safran Foer de Tan fuerte, tan cerca hasta el narrador marcado del Haruki Murakami de Norwegian Wood, Kafka en la orilla o Al sur de la frontera, al oeste del sol pasando por el Mark Haddon de El curioso incidente del perro a medianoche.»