Javier Pérez de Albéniz lo dice con claridad: algo está podrido cuando editores, escritores y periodistas celebran la concesión del premio Planeta, un engaño disfrazado de concurso: un planeta en descomposición.
«“Que el ganador fuera Mendoza fue una grata sorpresa para los más de 1.000 invitados que acudieron ayer al Palau de Congresos de Catalunya”, escribió al día siguiente en Público una Lídia Penelo en evidente fuera de juego. ¿Una grata sorpresa? Ni siquiera es necesario que se reúna el jurado para conocer el nombre del ganador del Planeta, un premio por encargo. Todo el mundo lo sabe, pero a nadie parece importarle: es la fiesta de la hipocresía y el cinismo, donde se reparte cava, canapés e influencias entre los asistentes.»