Vaya día tuvimos ayer los amantes del cine y del teatro, con la muerte de dos de los nombres más míticos de ambas artes. Rafael Marín recuerda al actor Tony Curtis y Iñigo Sáenz de Ugarte hace lo propio con el director y dramaturgo Arthur Penn.
«No temió enfrentarse a los grandes actores de su momento: el propio Cary Grant, un par de veces con el enorme Burt Lancaster, otras tantas con el no menos importante (y quizá ya el único que nos queda), Kirk Douglas. Fue cruzado improbable en una película de mi infancia, Coraza Negra, se subió a un trapecio por amor compartido por Gina Lollobrigida, soportó viajar en un submarino pintado de rosa y no supo decidirse entre caracoles y ostras antes de descubrir que también él era Espartaco. Fue vikingo a la fuerza, se sumó o inició la moda del surf, huyó campo a través encadenado a Sidney Poitier, se casó con Aleta (y con un montón de mujeres más, por cierto), fue hijo de Taras Bulba, participó en una carrera de autos locos, se ahogó haciendo de Harry Houdini y no tuvo ningún reparo en ser uno de los primeros psicópatas asesinos de la historia del cine y estrangular en Boston a toda mujer que se le pusiera por delante en una película de gramática prodigiosa que habría que reivindicar ya mismo.»