Rafael Pampillón se pregunta si es cierta esa afirmación que se da por segura de que una vez que se alcanza el poder es prácticamente imposible resistirse a caer en la corrupción, de un modo u otro. ¿El poder corrompe?.
«¿Por qué, a veces, la gente abusa de su poder, es decir, solicita sobornos, coquetea con los subordinados o falsifica documentos contables?
Según los psicólogos, uno de los principales problemas con la autoridad es que nos hace menos receptivos a las necesidades y emociones de los otros. Es decir, el poder hace más difícil imaginar el mundo desde la perspectiva de los subordinados. Por ejemplo, varios estudios muestran que la gente que tiene una posición de poder suele usar más los prejuicios, estereotipos y generalizaciones a la hora de juzgar a otras personas. No entran a analizar los detalles y las situaciones personales de cada uno de los empleados. Además, dedican menos tiempo a mantener contacto personal y visual, cuando tratan con una persona con menos poder, es decir, que está más baja en el escalafón.
Es evidente que el poder no convierte a todo el mundo en tiranos, personas despiadadas o inmorales. Algunos líderes simplemente aplican mano dura a sus decisiones porque es necesario y eso evidentemente no es algo negativo. La clave está en saber diferenciar entre lo que es correcto y lo que no considerando, a la hora de actuar, los aspectos éticos de sus decisiones.»