Josete cuenta la sobrecogedora historia de Anna Coleman Ladd, que acabada la I Guerra Mundial diseñó centenares de máscaras para hombres cuyas caras habían sido mutiladas durante el conflicto. Los hombres con los rostros rotos. Vía @frunobulax
«El estudio en París solo produjo 220 máscaras entre 1918 y 1919 y muchas de éllas pequeñas porciones de la cara como nariz o los ojos. Las máscaras eran de cobre, así que tuvieron que pintarse para que coincidiera con el color del rostro del usuario. Esto indica la experiencia de Ladd en la pintura de una manera fina y delicada.
Para las operaciones de restauración se tomaban vaciados de yeso del rostro, una prueba sofocante de la que la arcilla y la plastilina fueron la base de todos los retratos posteriores. La propia máscara sería de cobre galvanizado de 1/32 pulgadas de espesor. Detalles como las cejas, las pestañas y bigotes estaban hechas de pelo de verdad.
Dependiendo de si abarcaba toda la cara, como casi ocurría a menudo, el peso de la máscara oscilaba entre 115 y 250 gramos dependiendo de la cuantía de la zona. Cuando la falta era alguna de las orejas, o tal vez la nariz u ojos, el peso era infinitamente menor y relativamente cómodo de llevar.»