Frente a la sobriedad casi extrema que parecen exigir los puristas,
Juan K. hace una defensa del exhibicionismo moderado como fuente y mar del éxtasis del público: “Es verdad que las grabaciones o los recitales son el vehículo más apropiado para el lucimiento personal, pero sin duda un golpe de efecto dramático como un buen agudo, un pianissimo o un calderón colocados con gusto en el momento oportuno hacen milagros: pueden convertir en histórica una representación operística que quizás no pasaría de memorable.” Aplíquese, si se quiere, a otros ámbitos de la cultura.
El circo de los divos.