El pobre Raúl Minchinela se siente obsoleto cuando se habla de relaciones amorosas en la era digital. Lo explica como puede en Pulsión sexual.

«La casa está revolucionada porque la chiquilla de 13 años ha cortado con el novio. El chaval va a su misma clase, pero toda la relación se ha desarrollado vía messenger. En el colegio, no se dirigían palabra y no se les veía juntos, incluso con la relación acordada por ambas partes. Pese a ello, el resto de alumnos lo sabían y lo compartían; nadie lo encontraba sorprendente. La relación nació, se formalizó y se disolvió en el chat, sin una palabra de aliento, sin un roce. Con intercambios de caracteres sólo punteados en las pausas por miradas lejanas en el recreo. Cuando se cortó la relación, el novio quedó maltrecho porque además había encargado unas zapatillas personalizadas con el nombre bordado de la chica. Igual que el intercambio digital era la reformulación de la pareja, el customizado adaptaba a los nuevos tiempos el tatuaje, perforado a hebra de máquina. Lo suyo sería lucirlas con el nombre borroneado con otro bordón, tacharlo con el hilo del desengaño. Todo, como ven, readaptaba historias viejas como el tiempo, con una diferencia destacada. En las relaciones cimentadas en el diálogo electrónico estábamos acostumbrados a que la distancia fuera un ingrediente esencial. Ahora que los sms vuelan del aula para regresar al pupitre de al lado, todas las distancias son nulas e infinitas. Nos choca a los que conocimos la sintonía de los modems, esa secuencia de pitidos que anunciaba “estás entrando a Internet”. Para la generación que ha crecido con el wifi, el amor literalmente está en el aire. &raquo: