Cuando se nos va un actor secundario, de esos que se llaman “de lujo”, la primera cosa que nos pasa por la cabeza es un “ah, era éste”. Pero para Javier Rioyo, Antonio Gamero fue mucho más que ese señor de bigote imposible que salía cabreado en las películas de Berlanga: fue un gran amigo. Fuera de casa con Gamero.
«Gamero era un berlanguiano en estado de calle y normalidad. No le hacía falta guión, ni historia. Un gran interprete de sí mismo. Y un crítico feroz de casi todos. Le gustaban muy pocos, y casi nunca lo reconocía. Un inteligente cascarrabias. Un sabio en cuestiones de jazz, historia del cine, supervivencia en bares y un maestro en saber pagar lo justo, incluso un poco menos.»